El mes de mayo ha llegado. Las flores y la explosión de la naturaleza. La brotación de la vid y la vida en el campo. Otra vez somos viticultura y raíces. Las primeras hojas aparecen en la madera invernal. Los tallos se forman y buscan la verticalidad. El viñedo se tiñe de color verde en diferentes tonalidades. Otra vez soñamos con la nueva cosecha y los vinos que vamos a elaborar.
Seguimos mirando al cielo y consultamos la meteorología. El año pasado fue complicado. Las heladas marcaron un antes y un después en el desarrollo del cultivo. Las plantas se resienten aunque brotan sin miedo. Han llorado como lloran cada año. No lo hacen porque les invada la tristeza. La alegría de un nuevo ciclo. Bienvenidas de nuevo a la vida.
LA BÚSQUEDA DE LA AUTENTICIDAD
Durante los últimos años hemos apostado por una elaboración respetuosa con el medio ambiente. Estamos a favor de la sostenibilidad y del efecto que el paso del tiempo ejerce sobre los suelos y el territorio donde vivimos. Formamos parte del entorno, de la naturaleza. Nos sentimos parte de un proceso de creación y transformación, de la tierra a la cueva, de la cueva a la botella.
Hablamos de mantener el estado del ecosistema y ser capaces de transmitir la cultura por la tierra que nosotros hemos adquirido. Es un trabajo costoso en una zona despoblada. Aún escuchamos las historias cuando en Roales de Campos hubo plantadas más de 1.000 hectáreas de viñedo.
Seguimos creyendo en la Prieto Picudo y otras variedades locales. Estamos abiertos a la investigación y a la ciencia. Creemos en la cueva donde los vinos aprender a sentirse libres. Sin prisa. Nuestra diferenciación reside en la mínima intervención de los vinos. Lo que la tierra da es lo que nuestros vinos encuentran. De tierra a tierra, del suelo vitícola al suelo de barro de la bodega. Si pensamos en viticultura nos vemos cuando seamos mayores. Del mismo modo que ahora en busca de la autenticidad.